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Hola!

Nunca sé cómo iniciar el hablar sobre mí... soy la del nombre extraño y el cabello revuelto.

La fotografía llegó a mi vida de la mano de mi papá. Crecí viéndolo detrás de una cámara, atrapando el tiempo en pequeños rectángulos de papel. Fue él quien me enseñó a cambiar los rollos, quien puso en mis manos mi primera cámara cuando apenas tenía seis años. Pero fueron los animales los que me enseñaron a mirar con el corazón. Mi mamá, mi hermana, los rescates, las madrugadas cuidando vidas diminutas que nadie más veía.

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Mi historia

Siempre estuve rodeada de patitas, hocicos y ojos que lo decían todo sin pronunciar una sola palabra. Conejos, caballos, borregos… hasta una gallina que una vez me acompañó como si fuera un perro fiel.

 

Aprendí que ellos no solo existen, sino que sienten, recuerdan y nos eligen.

Cuando tomo fotos, el mundo se calla. Todo es silencio, calma. Es mi forma de detener el tiempo, de sostenerlo un poco más antes de que se escape. Porque una foto no es solo una imagen: es un instante que sigue respirando años después.

He fotografiado el amor en todas sus formas. Lo he visto en una familia abrazando a su perro, en la mirada de un gato que ya no teme, en el último adiós a un compañero de vida. He retratado perros que alguna vez rescaté, con la esperanza de que alguien los mire y vea en ellos lo que yo veo. He aprendido que una foto puede cambiar un destino.

No soy la persona más extrovertida, pero cuando tengo mi cámara en las manos, algo en mí se transforma. Como si, al mirar a través del lente, pudiera ver con más claridad. Mi misión es esa: capturar lo que a veces pasa desapercibido, recordarle a la gente lo especial que fue un instante, ayudarles a vivir y a amar el presente.

Porque al final, la vida es eso: momentos que merecen quedarse un poco más.

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